jueves, 23 de septiembre de 2010

Rotavirus

- Es una noche maravillosa. Quién diría.- dijo el Moquiflojo. Era una noche maravillosa. Prendió un cigarrillo.
- Sí. Yo te dije que no podía ser tan mala.- dijo la Sangradoquincenal. - No tiene nada que ver con la altura del río ni con la concurrencia.
Estaban el mesero, el cocinero, el balcón al barranco, el puente mal iluminado y ellos dos. No había agua y no había bailarinas. Había vino y había restos de res. Había una sola vela y la Sangradoquincenal ya se había cansado de jugar con la parafina. Decían que era malo para la digestión, y ella se lo creía todo.
Entonces el Moquiflojo le miró a los ojos y le preguntó cómo estaba. Ella se demoró en devolverle la mirada pero cuando se alinearon no se soltaron por un largo rato. A Moquiflojo le gustaba Sangradoquincenal, y es que no tengo para qué enumerar las ventajas de ser súperhormonal. "Es como si fuese más mujer." Y todos le dijeron que estaba enfermo. Que estaba tan enfermo como ella.
- Todo es maravilloso. Ni sabes lo que me pasó.-
Y el Moquiflojo no lo sabía y seguro no lo quería saber. Pero inquirió de todas formas, porque no saber le desintegraría el buen sueño y había comido considerablemente y la carne vacuna siempre le producía las peores pesadillas. Una vez incluso se encontró en la habitación de la Claudia, y le Claudia le inquiría sobre cometas y bicicletas y como el Moquiflojo no tuvo otra infancia que despedazar pañuelos con ventosidades nasales, tuvo que llorarle. La Claudia no tiene alma, ya lo había dicho, pero por lo menos uno está suficientemente despierto como para multiplicar sus propias epifanías. Moquiflojo se emocionaba más que los demás. Siempre se comía las uñas en las películas del holocausto y dejaba más propina cuando desayunaba. Se guardaba las colillas en el bolsillo y luego las arrojaba en su abismo propio. "Nunca prestado: a uno solo le otorgan un demonio traganicotina por vida."
- ¿Qué pasó?-
- Hablé con Blingblinguero. Casi seguro y me introduce en su próximo beat. ¡Parece que sí lo lograré!
Entonces lluvió y las gotas se alinearon en la mejilla de Sangradoquincenal y su rostro era otro: como si fuera la más harpía de todas, como si su exceso de femineidad fuese un don y no una deformidad, como si hubiese sido genuinamente atractiva desde el principio.
- Estoy harto de esta mierda.- dijo Moquiflojo.
- ¿A qué te refieres?-
- Oh, no lo sé. Espero que tu fama y tu astucia te compren una luna con la cual sí puedas sincronizarte.- Y ambos se fueron a casa. Fue un silencio oportuno pero incómodo. Ella se arregló y se maquilló y se fue esa misma noche a la mansión de Blingblinguero.
Y ninguno la volvió a ver hasta que se puso menopáusica, y para entonces era genuinamente fea.

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