domingo, 5 de diciembre de 2010

domingo, 26 de septiembre de 2010

El Atoro


Hay motepillo, hay un recipiente de pepa de zambo, hay un canastón de cebolla morada que me es reminiscente a las estalactitas curvas remojadas en remolacha de las granjas nórdicas de la tía Merianas de Encantos Joviales. Me pregunto cuántas cirugías más aguanten esas remolachas. Me pregunto también sobre la elección de un menú tan sofisticado para una ocasión que se proyecta como tan poco memorable, y cuando le doy el primer mordisco al pernil, me doy cuenta de que ambos exageramos. La horchata está hasta caliente.

-Sí, yo misma fui- me dice Prima, que de escandinava no tiene nada, y mientras sube su mirada para alinearse con la mía, sigo el trayecto del bocado que debería descender pero no desciende. Cuando al fin nos encontramos, mete los ojos, tose cuanto puede y se toma un bocado de la bebida inesperadamente abrigadora. Cuando se pierde el vínculo poso mi mirada en las heridas de tulipanes clavados que le propinó ayer en la tarde el Tío Alfonso, en las muñecas, por exagerada. Para cuando deja de toser ha entendido que tendrá que superar su atoro sin mi socorro. Hace silencio.

No soy nadie para decidir quién merece qué, pero creo que mi inercia se debe más a la justicia que a la venganza. Digo esto porque siento como una ternura parental que me roza cuando imagino las paredes de su esófago desgarradas y obstruidas por el mote dentado. Ahora bien, este fenómeno me es más interesante que desmoralizante: ¿no son curiosas por precisas las medidas de las protuberancias de huevo de gallina? El vaso de horchata cae sobre la pepa de zambo y solo salpicados me reencuentro con esta conexión de rencor que tanto anhelé regresara. No voy a hablar de los mitos de las chacras justicieras, más que nada por ridículos, pero para el clímax del atoro me siento curiosamente aprobado, y a la sofocación de Prima, tan dulce, tan tosca, tan inminentemente disfrutable, la contemplo con la más oportuna de las satisfacciones.

Han pasado por lo menos cuarenta segundos desde la enfermiza declaración de Prima y creo que puedo contar mis músculos desplazados con una sola mano. Prima, en cambio, abre y cierra la boca como si los fonemas se formularan con tan solo el triple de esfuerzo. Ya comprendida la falta de vehemencia del silencio, me saca los ojos.
En vez de llenarme de culpa me lleno de creatividad y me la imagino levantándose de la silla sin cueros, tomando el cuchillo de reses de la primera gaveta y extirparse el motepillo a expensas de su aorta. Cae desangrada y la obligo a limpiar las baldosas antes de que expire. Cuando la sangre se extiende hasta la pata de mi silla, me huele a tulipanes, y sí, ahora sí me cae la culpa y su peso tiene que ser el mismo al del piano que le cayó al Tío Alfonso ayer por la noche mientras dormía y, como un festival de malestares, veo en los ojos salidos de la Prima los candelabros que convenientemente cambiaba de lugar ayer al atardecer, los cables cortados dentro del piano y los yunques que entraban en su lugar, el piso de madera humedecido por una mancha tan irrelevante, los sonidos de un estuco que cuanto abrimos las puertas nos sonó tan frágil. Sí, la Prima es una puta, pero no una exagerada, y con el Tío en coma esta no puede ser sino la ocasión más memorable de todas. La chacra no es justiciera sino casual, irreverente y aleatoria como cualquiera de nosotros, y no por sensata va a condenarnos mejor. Insensato forcejeo por salir de esta mitología y ver qué puedo hacer a estas alturas por la Prima, que en su maldad preciosista ha ensamblado una obra maestra. El caso parece ser el mismo de hace minuto y medio-- ahora el cuello está ligeramente estirado hacia atrás y le caen las últimas babas sobrevivientes al bloqueo cereal. Inminentemente salvable pero igual de dudable, no me puedo imaginar una sentencia tan poética considerando la procedencia de las gallinas. De repente el Tío Alfonso, medio muerto, me parece el tipo más relevante del planeta, y, bloqueado bloqueado pero más lírico que nunca, no encuentro un mejor desenlace que la cabeza de Prima inerte sobre esa esponjosa cama de lechugas y pepa de zambo derramada. A ver si alcanza a cortarse sus propios cables. Salgo a planchar el terno.

-¡Sí, está muerto!- nos grita la Tía Merianas cuando irrumpe por la ventana, y yo corro de vuelta a la cocina.

- ¡No te creo!- le susurro a Prima con el mínimo de entusiasmo que requieren los signos admirativos, golpeo su espalda con el martillo de madera, y, tras la inhalación intensa y el motepillo ya no tan amarillo que se estrella contra la alacena, huyo a confesarme.


Ahuévense.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Rotavirus

- Es una noche maravillosa. Quién diría.- dijo el Moquiflojo. Era una noche maravillosa. Prendió un cigarrillo.
- Sí. Yo te dije que no podía ser tan mala.- dijo la Sangradoquincenal. - No tiene nada que ver con la altura del río ni con la concurrencia.
Estaban el mesero, el cocinero, el balcón al barranco, el puente mal iluminado y ellos dos. No había agua y no había bailarinas. Había vino y había restos de res. Había una sola vela y la Sangradoquincenal ya se había cansado de jugar con la parafina. Decían que era malo para la digestión, y ella se lo creía todo.
Entonces el Moquiflojo le miró a los ojos y le preguntó cómo estaba. Ella se demoró en devolverle la mirada pero cuando se alinearon no se soltaron por un largo rato. A Moquiflojo le gustaba Sangradoquincenal, y es que no tengo para qué enumerar las ventajas de ser súperhormonal. "Es como si fuese más mujer." Y todos le dijeron que estaba enfermo. Que estaba tan enfermo como ella.
- Todo es maravilloso. Ni sabes lo que me pasó.-
Y el Moquiflojo no lo sabía y seguro no lo quería saber. Pero inquirió de todas formas, porque no saber le desintegraría el buen sueño y había comido considerablemente y la carne vacuna siempre le producía las peores pesadillas. Una vez incluso se encontró en la habitación de la Claudia, y le Claudia le inquiría sobre cometas y bicicletas y como el Moquiflojo no tuvo otra infancia que despedazar pañuelos con ventosidades nasales, tuvo que llorarle. La Claudia no tiene alma, ya lo había dicho, pero por lo menos uno está suficientemente despierto como para multiplicar sus propias epifanías. Moquiflojo se emocionaba más que los demás. Siempre se comía las uñas en las películas del holocausto y dejaba más propina cuando desayunaba. Se guardaba las colillas en el bolsillo y luego las arrojaba en su abismo propio. "Nunca prestado: a uno solo le otorgan un demonio traganicotina por vida."
- ¿Qué pasó?-
- Hablé con Blingblinguero. Casi seguro y me introduce en su próximo beat. ¡Parece que sí lo lograré!
Entonces lluvió y las gotas se alinearon en la mejilla de Sangradoquincenal y su rostro era otro: como si fuera la más harpía de todas, como si su exceso de femineidad fuese un don y no una deformidad, como si hubiese sido genuinamente atractiva desde el principio.
- Estoy harto de esta mierda.- dijo Moquiflojo.
- ¿A qué te refieres?-
- Oh, no lo sé. Espero que tu fama y tu astucia te compren una luna con la cual sí puedas sincronizarte.- Y ambos se fueron a casa. Fue un silencio oportuno pero incómodo. Ella se arregló y se maquilló y se fue esa misma noche a la mansión de Blingblinguero.
Y ninguno la volvió a ver hasta que se puso menopáusica, y para entonces era genuinamente fea.

jueves, 27 de agosto de 2009

Opiniones sobre el trato de Intrusos redactadas por los Infiltrados

-Hay una película que se trata de eso.-
-Oh.-
-No tienes una idea lo buena que es.-
-¿No le dejas terminar el relato?-
-Seguro termina igual que la película.-
-¿Cómo?-
-Lo arrojas al arroyo, pero él igual encuentra el camino a casa.-
-Ni cagando. Los murciélagos ya se llevaron sus huellas del sendero y nosotros mismo machamos las llaves. -
-Quizás no vivía en su casa, sino sólo en su hogar.-
-Yo tengo un amigo que dice que uno sólo tiene un hogar una sóla vez, de chico.-
-Este es mi hogar.-
-Pero vos sigues siendo chico.-
-¿Se ahogó en el arroyo?-
-Más o menos. Primero produjo el más innecesario de los escándalos, y tuve que golpearlo.-
-Buena onda.-
-Te escuchó la Gente de Luto?-
-No creo. Y si sí, seguro estaban de mi lado.-
-Por lo menos no estaban del de él.-
-Otra vez las mortales neutralidades del Curado?
-Ja.-
-Y se murió del golpe?-
-No creo q se murió. En lo absoluto.-
-Ah, entonces no le estás copiando a la película.-
-Le hiciste la tumbacocos en medio cráneo y se mantuvo tan parado como siempre.-
-Nah, sí se dio un chapuzón.-
-Y salió del arroyo con otra linda experiencia para el currículo.-
-No te creo.-
-Así no se acaba la película.-
-Ya hemos conversado de la falta de nuevos recursos por parte de los guionistas.-
-Y tu siempre estás a su favor.-
-No entiendo.-
-Yo tampoco. ¿Lo dejaste ir, así como así?-
-Así es.-
-Oh.-
-Harta testosterona.-
-O por lo menos la adecuada.-
-¿Hay testosteronas erróneas?-
-Tienen que haber mejores testosteronas que otras.-
-No le digan nada de esto al Curado, que él si sabe de anatomía.-
-Y sí que sabe.-
-Idiota.-
-¿Por dónde salió el intruso?-
-¿Cómo salió el intruso?-
-¿Por qué vino un intruso?-
-No sé. Le hice el tumbacocos y me retiré, confiado de su hemorragia masiva. No pasaron tres minutos cuando me gritó “yo no soy la palmera de nadie” y me palmeó en la espalda con violencia. Sus dedos hedían a algas y a monedas sin valor. ¿Debía perseguirlo?-
-No.-
-¿De veras dejaste escapar al intruso?-
-Tenía dos opciones, creo. La primera era halar esa ligerísimo ramo de piel que pendía de su cabello y dejar que su cerebro resbale fuera de la cabeza. Su cuerpo entonces se doblaría como los mejores maniquís ante los vientos dentados del norte y su boca permanecería entreabierta de tal forma que ya la estaríamos uando como lapicera, cualesquiera el proceso de votación. Las Gentes de Luto seguro vendrían a interrogarme, pero se ha hablado tanto de mi apellido últimamente que mis parientes sólo podrían agradecer el deshacerme de la escoria DENTRO del cementerio.-
-Como si tuvieras opción.-
-Como si no fueran escoria.-
-La segunda era dejarlo ir. Como sería mi día anual personal del samaritano impredecible, cosería su cabeza con los hilos de la abuela y luego le daría una tarjeta de contacto. Charlaríamos sobre truchas revolcándose en la orilla, sobre la fornicación de las algas aún con las monedas al lado, de las hostias no consagradas que podría comprar con las mismas monedas, que ahora han perdido toda la gana de testificar y bien podrían mantenerse tan al margen como sus comensales. Podría invitarlo a cenar, inclusive.-
-No me digas que lo hiciste.-
-Nah. Ni siquiera le cosí, si sí me dolió la palmada. Se le cicatrizó la calva cuando los malos aires ya rozaban su hemisferio derecho.-
-¿Era mimo o algo así?-
-No creo, pero algún tipo de gimnasia practicaría. No le sobraba sentido del humor, por decirlo así.-
-Es decir, había una tercera opción.-
-No sé si cuenta, esa.-
-Claro que cuenta, si es la más personal de todas.-
-No lo invitaste, verdad?-
-Estaría bien hipócrita.-
-O algo.-
-Sí. Lo mismo pensé. O algo así. En todo caso, yo no tenía por qué alimentar a un enemigo tan obvio.-
-¡Enemigo tan obvio!-
-Yo no soy nadie para criticar la tolerancia, pero no me gustaría que una cosa de estas volviera a pasar.-
-A qué te refieres?-
-El Demonio ya lucha suficiente para que NOSOTROS podamos deleitarnos con sus mandarinas.-
-Todos sabemos que son venenosas.-
-¿Y eso nos detuvo alguna vez?-
-No entiendo.-
-Demonio tiene tres árboles de mandarinas no tan comestibles.-
-Son exquisitas, en serio.-
-La próxima vez que lo encuentres tan cerca de las ramas, le cortas la mano. Nada de chapuzones y vueltos follando con algas.-
-Dónde depositará la mano?-
-Yo traje unas bandejas que dicen “Organ Donor” en la base.-
-Buena canción.-
-¿No es como muy hecha la virtuosa?-
-No.-
-Por qué queremos bandejas con leyenda inscrita?-
-No les gustó la idea?-
-No está como muy masculina.-
-A estas alturas te vas a preocupar de la masculinidad de sus ideas.-
-Lo que yo hablaba: testosteronas no necesariamente malas, pero por lo menos parcialmente defectuosas.-
-Fuck la ornamentación. Está claro que si pones la canasta más simple del planeta con tres hígados adentro, todo el mundo sabrá no sólo que va a donarse a la ciencia, sino que la ciencia está cercana.-
-No quiero una sóla broma sobre el Curado.-
-Ok, ok.-
-¿Se llevó o no se llevó las mandarinas?-
-Yo digo que sí, pero se le reventaron en el bolsillo.
-¿Así acaba la película?-
-No.-
-¿Qué película?-
-Una que es sobre frutas, también-

domingo, 9 de agosto de 2009

Mi Paute me Perturba


Seguir, como subir, como talar pinos en un bosque fosforescente sin que te juzgue nadie, sin que te atropellen furgonetas en los puentes porque te estás durmiendo al otro lado de la calle, sin que el pasado regrese como tremenda infección sino como tan sólo una capa tan sólo comparable con la dermis o la retina, y, al mirar a los montes y a las monturas sólo puedan traducir mensajes de comfort en tus ojos, como si este fuese el único lugar del planeta en el que sea legal tomar una siesta, como si los caimanes del ocio jamás hubiesen considerado visitarte, como si cada vez que tomes aire para seguir adelante lo único que estés haciendo es retornar a este garaje donde tu alma siempre ha permanecido, porque claro, el cuerpo quiere ser libre y conquistar el mundo, pero el espíritu no puede ser más hogareño, y cuando uno le propone salir a, yo que sé, las películas o los tés helados, contrarresta tu gasto de valor con las excusas más obvias, más forzadas, menos cómodas para ambos. Seguir, porque uno no puede basar su vida en cómo se respira, en qué te exige la respirada, en qué te traten de gritar las montañas cuando el resto del paisaje es tan obviamente silente. Digo, si realmente necesitar decir algo, ¿no podías juntarte con otros amigos? Quizás soy siendo injusto con las elevaciones y las cordilleras, quizás sus cuevas y sus grietas y su busca de erosión sea sólo un esfuerzo por comunicarse con nosotros, quizás les atraemos, quizás les gustamos, quizás se babean todas las noches pensando en cómo nos revolcaríamos, aún acompañados, sobre sus girasoles, y la lluvia tan sólo es el proceso samaritano de la Madre Tierra para que no se les acabe la saliva (como el chiste del “Sangaycito, estás babeando/ no importa, tengo más”) y es que la Madre Tierra, sobre todo tolerante, tiene que tener un sentido del humor fenomenal y quizás sea sólo ella la que nos provea estos sueños tan deliciosos, y sí, la sangre de la carne estaba buenísima y las nubes forman las trufas importadas más justificadas, pero en cambio tenemos esta fatiga ajena, como merecida, y cuando semejantes proposiciones corren hacia vos, te digo la plena, uno sólo puede seguir, no necesariamente hacia adelante, pero no dejar que los hechos se apilen porque seguro vas a tener que recogerlos y es mejor irlos desintegrando de a poco, como superficiales, como si de veras pertenecieran a alguien más, pero no, son definitivamente son tuyos y eres vos quién está envejeciendo y es a vos a quién susurra esta voz que no es en lo absoluto angelical para que te pierdas, te botes, te duermas, y quién dijo que dormir no es la forma más sincera de seguir adelante. De seguir, como revivir, como darte cuenta que ya no te importa si te arrojan felinos al pecho con tal que sean del otro sexo, que no te importa renunciar a una conversación sobre los kinks mientras puedas seguir en la hamaca, que incluso puedes trotar alrededor del trampolín si es que te permiten quitarte los zapatos. Estoy viejo, quizás, pero eso es por que sé seguir, y quizás cada día me esté volviendo más sordo pero hoy les escuché a las montañas y cuando les pregunté si había algo que hacer en el pueblo me dijeron que no, que ni cagando, que no se me ocurra regresar a menos que lo que necesite verdaderamente sea una imperturbable paz, arrolladora paz, aterradora paz, alcánzame si puedes, Paz, y me veo huyendo de semejante capital de las siestas fáciles en un automóvil por el que voy a pagar más peaje del que debería, pero te juro, lo pago, lo pago si me mantienen despierto.
No es falta de tinto, Rulos. Te juro que el lugar está embrujado y te juro que no te perdiste de nada.

miércoles, 15 de julio de 2009

Agripado.

Me despierto y los Animal Collective se van a Quito el Dos de Noviembre y yo digo "no voy a dejar que esta gripe sea la que me detenga" y me separo de la almohada y el Rulosdechendo fotografía la telaraña de saliva que se extingue por el flash a la madrugada y le pregunto al Rulos qué hace ya despierto a las cinco y media, olvidando su falta de etiqueta conversacional y su vicio de responder preguntas con preguntas y con proposiciones que involucran no a terceros sino a quintos.
- Nidea. Vos?-
Y le cuento de mi paranoia con el recital que la enfermedad me censurará y le ruego que me aparte una entrada y que me acompañe a adelantar el Día de Difuntos.
- Loco, estamos en 14 de junio. ¿Qué dices que padeces?-
- Gripe no más.-
- ?-
- Perdón, estoy con el sentido de urgencia en las nubes estos días. -
- No vienen los Animal Collective, tampoco.-
- ¿Serio?-
- Eso me dijeron.-
- Qué lástima.-
- Así dices.-
- Igual acolita al cementerio, porsiaca.-

Qué me va a acolitar.

Yo sólo conocí a un muerto: Antonio Gómez Cuevas. Mientras tomaba el metro al camposanto me pellizcó este señor asiático de apodo Badaling que tenía restos de arbustos en el titánico bigote y le dije que deje de hacerlo, que eso no es del todo masculino y que si quería resolverlo en serio, le esperaba en el Club de la Marmota a la medianoche del domingo.
-Topas en misa, antecitos.-
Pero Badaling no quería irse, sino contemplarme con la más extranjera de las miradas e inyectarme remordimientos como si mi alma no fuera demasiado Occidental, demasiado vaquera y demasiada llena de osos monocolores y chocolates de verdad. Total y todas esas películas de Morricone construyeron un muro ciertamente dramático pero ciertamente penetrable, y cuando le dije que no iba a sucumbir a una táctica tan poco respetada por los míos, me desplomo sobre el pastor de alemanes, aterrorizado no sólo de la muerte sino de la muerte de Antonio Gómez Cuevas, un tipo que siempre nos sonrió en los portaretratos y nos dio las más amigables bienvenidas al ático, y cuando la Claudia le dejó entrar al Idiota en la casa, le propinó el más mecánico de los cenicerazos.
Necesité de un asiático desaseado para obtener estos comprendimientos, sí, pero cuando los analizo hoy, me suenan míos.

Ahora, no me identifiqué con ellos por completo hasta que me vi frente a esta pila de lodo y ataúdes equivocados, con Antonio Gómez Cuevas desnudo y peludo y por lo menos tan muerto como la última vez que lo vi. Entonces me vino el más genuino deseo de tener a quién rezar y a quién pedir perdón, y aunque la mayoría de mis primos se hubiesen disculpado ante Antonio Gómez Cuevas, estaba bien claro que no importe con qué plan de telefonía cuente para hablar con el más allá, este man no me iba a escuchar una palabra. Eso sí, Antonio Gómez Cuevas sonreía, y como sus cabellos llegaban a los labios, Badaling lo apodó de Tragamechón.
-¿Me esperas un ratito?-

Qué me va a acolitar.

Entonces le cubro a Antonio Gómez Cuevas con la manta que me robé del ferrocarril y le quito los mechones de la boca y el Badaling me dice que lo siente y yo no lo noto sincero hasta que él me paga las bromalias y me costea una de estas empanadas de carne molida que saben todas igual sin importar la receta de la masa. Entonces adherimos una bromalia a cada uña del Antonio, y cuando le volvemos a echar la tierra el aroma tiene un encanto más bien infantil y llegan todos estos Niños de Luto que exclaman “Mira, Mamá, mi Primer Mártir” y todas estas madres solteras que se enamoran de las cicatrices del Antonio y quizás este fue nuestro primer héroe, el de nuestra generación, y qué poco legendarias se ven nuestras palas junto a un muerto tan flamante, tan logrado. Es entonces que me pregunto cuánto pensará en mí Antonio Gómez Cuevas, ahora muerto, y me respondo que sus logros son más bien ególatras, que las llamas que carcomieron las penas de nuestra esclavitud fueron todas colaterales, obstáculos para una gloria más definida y más accesible. Porque Antonio Gómez Cuevas era un populista, un hombre que planeaba mucho las acciones pero nunca las consecuencias y no querría yo, si esta era su meta, arrojarme a su misma tumba sin intención de abrazarlo para madurar una eternidad bajo las mismas palmeras sino para obligarlo a escuchar la fotosíntesis en las malas yerbas. Es la segunda vez que le aculpo al Antonio de mis penurias, de mis libertades: sustantivos tan atractivos y tan magníficos pero nunca benignos, nunca recomfortantes y es que cómo me dijo el Rulos: “nadie quiere ser libertador de un catador de sillones.”
- Yo tampoco creo que fue tan buen hombre.- dijo Badaling, pero en cambio tenemos a todas estas nórdicas que ahora sacan sus billeteras para que desenterremos un poco de este hombre incompleto, correcto, superior a todos nosotros por su falta de juicio; y cómo podrían ser sólo los celos y ahora que recuerdo mi espalda también tengo un par de lacras.
“Feliz Día de los Muertos” le dice la islandesa al Badaling, y ahora que ambos estamos tenemos el rostro lleno de labial y podemos emitir juicios objetivos, tengo todas las ganas de regresar a la alcoba a padecer un catarro como lo merece cualquier hombre libre.

miércoles, 6 de mayo de 2009

La Claudia, Desenlatada.


Cuando el Ramón me dijo que su vida había cambiado desde que descubrió los enlatados de ventresca, supe que mi respuesta sería importante. Hoy, tres horas después, estoy casi convencida que el saber fue mucho más trascendental, y es no es sorprendente tras un "deja probar." Pero no es tan fácil, tampoco, porque más de uno de ustedes hubiese dicho "no exageres", "no te creo", "no necesito que tus sobredimensionalidades pervertidas me interrumpan ahora, me estás cagando la telenovela" y yo sí soy relativamente quisquillosa con la comida del mar, ni se diga si la lonchera provisional es de metal. Luego fuimos a la Plaza y qué voy a hacer a las 4am en sobre azulejos tan desolados, y otro lomito de ventresca y esta vez se me pasa la carga de aceite de oliva y tengo este ligerísimo mareo y cuando vomito el Ramón me dice que no me preocupe, la primera vez nunca es pecado.

Sólo hay tres puestos de artesanías abiertos y todos los collares están repetidos.
"A qué mismo me trajiste?"
Llega esta banda de marcha y se va por las mismas, pero el aire definitivamente es otro. El Ramón me dice que no tenía ningún plan y ni siquiera me toma de las manos. En minutos estamos acostados en el césped y le sigo cantando canciones de cuna y sigo comiendo sus lomos de atún sobrepreciadoy el Ramón, que casi me abre otra lata, ya medio avergonzado por no haber filtrado el aceite antes, me dice que tengo linda voz.

Es una proposición alagadora pero no sé cómo responderle y desde entonces valoro más cuando sí me las ingenio para tallar mis propias salidas de emergencia conversacional. Me invita al karaoke, mintiendo su edad, y ninguno de los dos se emborracha y lo lamento, pero esta noche estoy en racha y cuántos puntajes sobresalientes necesita una mujer cantando el Himno de la Morocha para llevar a un niño a la demencia. Entonces me acerco al Ramón, me acuerdo lo joven que es y le digo que me perdone, que loco no le dije yo sino los martinis. Y el me responde con un monólogo abrasador sobre el no tener talento pop y el ser expulsado del estudio de grabación y me reprocha y me recuerda estas escapadas Padrino Style y se tiende sobre mis brazos y tiene el cabello caliente y creo que no está sólo ebrio sino bien-sudado.
"Debería estar avergonzado" le digo al tercer wannabe de Frank Sinatra y él me dice que yo soy la verdadera criminal, que le tengo al guagua enamorado. Esto me es fatal, y una vez depositado en el corral, me pregunto cuánta razón puede tener semejante criatura y resuelvo que mañana mismo me confieso por el pescado.

http://theultimatebootlegexperience.blogspot.com/2008/09/tom-waits-2008-07-05-atlanta-ga.html
Escuchen eso y luego me reclaman por enlaces poco justificables.