- Sé que nací hoy, Moquiflojo, pero tengo un mal presentimiento acerca de esto.-
- ¿Uh?-
Y calo que lo que el Ramón me quiere decir es que en esas seis horas de vida, llenas de anhelos muertos, se había pasado cuatro conversándole a la Claudia del parto y del escape del estudio y de cómo se había robado una copia del elepé conmovedor de los Animal Collective a la salida y seguro le hizo escuchar y ella, por alguna razón fuera de mí, le aprobó y el Ramón empezó a volar con la Claudia y entran en mi chimenea. Ascienden, perfumados a Polo Norte en Navidad Pobre y a cenizas del Guagua Pichincha en el 99, y él trata de jalarle los pies a las nubes y desanudar los zapatos de los ángeles y qué cruel es esta existencia nuestra que se le ha llevado a la Claudia, que se ríe como nunca de tanto sueño sin fundamento y cita a escenas de Buñuel al azar y toca el timbre y llega el Idiota, y yo mismo me encargo de darle mi dinero, mi alcohol, mi puesto en el estar y dejar que opine de mi apreciación musical. Le he escuchado y me ha hecho acholar, y el Ramón, tan joven, tan ilusionado, con las plumas todavía en el ala y no en la almohada, no entiende por qué le hago mis mejores bromas a su enemigo predilecto y tengo este remordimiento paternal y le quito los cacahuates, por que ya viene la comida, y él ni siquiera tiene las agallas de protestar pero luego me digo que mi inospitalidad no se fundamentaría y no puedo sino traer más cacahuates de la cocina y el Ramón me ve con los ojos sudorosos y sólo dentro de la ola de autodecepción recuerdo que he olvidado cómo nadar.
Las algas vuelan por encima de mi cabeza, con fotos del Idiota en su niñez adheridas a las raíces. Zombies de pulpos me susurran cómo es el túnel y lo bien que les sentó para curarse del la luz del final del túnel y cómo creaban jabones de la hipotética grasa de alga raspada en las paredes del túnel. Medusas eléctricas me soban los cabellos, sobradas y silentes, creyéndose más viejas que el mar y creyéndose que sí existe un oceáno suficientemente grande para albergar a su ego. Quisiera conversar con Neptuno acerca de los beneficios de una educación violenta y poco comprensiva, pero me dicen los pelícanos que hace rato que esa mitología pasó de moda. Les explico mi bloqueo cultural en el estudio y me responden graznando, como sus primos buitres, y me dicen que allí ya están enseñando al buceo y que si no me electrocuto mucho incluso podrán hacerse con mi carroña. No me gusta la idea. Tengo ecos poco firmes de musicales de la Sirenita y de un compartimento cerrado que yo puedo abrir con destornilladores y que contiene el agua del mar en el mar y los arrecifes en Oceanía. Me canso, y sólo en la fatiga puedo reencontrarme con la desilusión del Ramón y recuerdo mis propias fantasías del kinder y de cómo me saboteaban en las negociaciones de la plastilina, pero los recuerdos no detienen la culpa, y es que yo sí podía haberle cerrado la puerta al Idiota en la cara, o, mejor aún, decirle a la Claudia que no confiaba en ella como niñera.




No hay comentarios:
Publicar un comentario