lunes, 9 de febrero de 2009

Conocer Gente es Fácil

Le conocí al Idiota el 28 de enero, y para entonces él ya le conocía a la Claudia. Nos saludamos de la forma más ordinaria posible y me preguntó por mi madre y por el Rulosdechendo. Yo le pregunté que tenía que ver con él. Me dijo que ambos habían estudiado juntos en la Facultad de la Simetría. Con razón trataba de equilibrar las deformidades con tanto afán y tanto arete. Le dije que se siente, y le pregunté si quería algún trago. Me dijo que no y sus ojos se perdieron en la botella de vodka y me sonrió y yo me quedé con esta obscena expresión de confusión que traté de tapiñar con una sonrisa recíproca, pero no pude comprobar mis resultados. Ni bien se sentó se puso a robarse los manís y a acariciarle a la Claudia, que, si bien a mí nunca me pareció del todo volátil, hoydía se veía más acariciable que nunca. Supongo sólo eso pudo explicar mi placer paranormal al sobarle los vellos del brazo cuando le sirvo el vodkatonic al Idiota. Entonces el Ramón me dice que ha llegado un poco más de gente y le digo que no he escuchado ningún timbre y me dice que han avisado por el beeper y entiendo que no hay ningún otro invitado (lo cuál es una lástima, porque ya pensé que el paseo de la Vero se había suspendido, de nuevo) sino que el Ramón quiere hablar conmigo. 
- Sé que nací hoy, Moquiflojo, pero tengo un mal presentimiento acerca de esto.-
- ¿Uh?-
Y calo que lo que el Ramón me quiere decir es que en esas seis horas de vida, llenas de anhelos muertos, se había pasado cuatro conversándole a la Claudia del parto y del escape del estudio y de cómo se había robado una copia del elepé conmovedor de los Animal Collective a la salida y seguro le hizo escuchar y ella, por alguna razón fuera de mí, le aprobó y el Ramón empezó a volar con la Claudia y entran en mi chimenea. Ascienden, perfumados a Polo Norte en Navidad Pobre y a cenizas del Guagua Pichincha en el 99, y él trata de jalarle los pies a las nubes y desanudar los zapatos de los ángeles y qué cruel es esta existencia nuestra que se le ha llevado a la Claudia, que se ríe como nunca de tanto sueño sin fundamento y cita a escenas de Buñuel al azar y toca el timbre y llega el Idiota, y yo mismo me encargo de darle mi dinero, mi alcohol, mi puesto en el estar y dejar que opine de mi apreciación musical. Le he escuchado y me ha hecho acholar, y el Ramón, tan joven, tan ilusionado, con las plumas todavía en el ala y no en la almohada, no entiende por qué le hago mis mejores bromas a su enemigo predilecto y tengo este remordimiento paternal y le quito los cacahuates, por que ya viene la comida, y él ni siquiera tiene las agallas de protestar pero luego me digo que mi inospitalidad no se fundamentaría y no puedo sino traer más cacahuates de la cocina y el Ramón me ve con los ojos sudorosos y sólo dentro de la ola de autodecepción recuerdo que he olvidado cómo nadar.

Las algas vuelan por encima de mi cabeza, con fotos del Idiota en su niñez adheridas a las raíces. Zombies de pulpos me susurran cómo es el túnel y lo bien que les sentó para curarse del la luz del final del túnel y cómo creaban jabones de la hipotética grasa de alga raspada en las paredes del túnel. Medusas eléctricas me soban los cabellos, sobradas y silentes, creyéndose más viejas que el mar y creyéndose que sí existe un oceáno suficientemente grande para albergar a su ego. Quisiera conversar con Neptuno acerca de los beneficios de una educación violenta y poco comprensiva, pero me dicen los pelícanos que hace rato que esa mitología pasó de moda. Les explico mi bloqueo cultural en el estudio y me responden graznando, como sus primos buitres, y me dicen que allí ya están enseñando al buceo y que si no me electrocuto mucho incluso podrán hacerse con mi carroña. No me gusta la idea. Tengo ecos poco firmes de musicales de la Sirenita y de un compartimento cerrado que yo puedo abrir con destornilladores y que contiene el agua del mar en el mar y los arrecifes en Oceanía. Me canso, y sólo en la fatiga puedo reencontrarme con la desilusión del Ramón y recuerdo mis propias fantasías del kinder y de cómo me saboteaban en las negociaciones de la plastilina, pero los recuerdos no detienen la culpa, y es que yo sí podía haberle cerrado la puerta al Idiota en la cara, o, mejor aún, decirle a la Claudia que no confiaba en ella como niñera. 

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